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miércoles, 23 de septiembre de 2015

Ernesto Núñez - Ayotzinapa un año después

Ayotzinapa un año después A punto de cumplirse un año de la tragedia de Iguala, la escuela Raúl Isidro Burgos se ha convertido en la meca del antipeñismo, una isla socialista que intenta mantener vigente la lucha del proletariado

TIXTLA, GUERRERO.- Esta escuela lleva un año sin clases. La aulas lucen vacías; los pizarrones, tachonados con garabatos ilegibles. Algunas bancas tienen un 43 pintado en los respaldos. Los alumnos y maestros van todos los días, pero no hay clases.

Éstas se reanudarán hasta que regresen los 43 que fueron desaparecidos entre el 26 y el 27 de septiembre de 2014. O antes, si la comunidad estudiantil llega a un acuerdo.

Mientras tanto, profesores y alumnos tendrán que establecer acuerdos para que las generaciones salientes puedan graduarse, como lo hizo la clase 2014-2015, que se recibió en julio pasado con Elena Poniatowska y Juan Villoro como padrinos de honor.

Los 140 alumnos que hay por grado seguirán yendo todos los días, como lo han hecho en los últimos 12 meses. Participarán en talleres de lectura, en las acciones políticas que definan la sociedad de alumnos y el comité de lucha, y en las labores agrícolas que complementan su formación como maestros rurales.








Pero no tendrán clases. · · ·

En todos los rincones de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, hay huellas de las diversas luchas que ha vivido Ayotzinapa, plasmadas en murales y graffiti: huelgas, paros, intervenciones del Ejército y la muerte de Alexis y Gabriel, dos estudiantes asesinados por fuerzas policiales en la Autopista del Sol, en diciembre de 2011. Entre todos esos episodios, hoy sobresale la desaparición de 43 alumnos, en septiembre de 2014.

A los murales con escenas de policías reprimiendo estudiantes y campesinos, con gobernantes caricaturizados, o con los ideólogos de la Revolución, se han sumado los rostros y nombres de los ocho estudiantes muertos y los 43 desaparecidos aquella noche en Iguala.

En la cancha de basquetbol, hay 43 pupitres acomodados como si estuvieran dentro de un salón de clases, con las fotografías de los estudiantes ausentes. Hay velas, un crucifijo, imágenes de la virgen de Guadalupe, flores y frutas. Pareciera una ofrenda de muertos, pero en realidad es una instalación que propaga una consigna que se repite, como si fuera un mantra, en todos lo rincones de la escuela: "vivos se los llevaron, vivos los queremos".

Es paradójico, la ausencia de los 43 parece llenar de vitalidad una escuela que podría pasar por una hacienda abandonada, cuyo modelo educativo está en vías de extinción... o de aniquilamiento. Abel Barrera, director del Centro de Derechos Humanos Tlachinollan, explica queAyotzinapa es un sobreviviente a la política educativa del neoliberalismo, un modelo incómodo para los gobiernos de las últimas décadas, por su activismo, su conciencia de clase y su posición contestataria.

Una piedra en el zapato de la que querían deshacerse los últimos Gobiernos, locales y federales, que, contradictoriamente, hoy está más viva que nunca.

"Querían aniquilarla, pero el ataque a los normalistas en Iguala ha aglutinado nuevamente a esta comunidad estudiantil, a sus padres y a los guerrerenses en general. Y ha desatado muestras de solidaridad en todo el mundo", dice Barrera.

Su opinión es validada por la perseverancia de los cientos de visitantes que, en el último año, han marchado hasta Ayotzinapa hasta convertirla en la meca del antipeñismo. Lo mismo escritores, como Villoro y Poniatowska, que fotógrafos, como Marcelo Brodsky y Pablo Ortiz Monasterio; académicos, como Luis Hernández Navarro y Armando Bartra; actores, como Héctor Bonilla, o activistas, como Marta Lamas. Todos los días, llegan estudiantes de la UNAM, el Poli o universidades estatales; brigadistas de organizaciones populares de Oaxaca o el Distrito Federal; trabajadores del SME, maestros de la Ceteg o la CNTE, artistas, periodistas o simples curiosos.

Pareciera que la lucha de clases, trasnochada para muchos, adquiriera un nuevo sentido en esta isla llamada Ayotzinapa. ·

· · Con el puño izquierdo en alto, el rostro cargado de furia y la voz a todo pulmón, el líder de la sociedad de estudiantes, Eduardo García, arenga en medio de la explanada de la Normal, bajo un sol que cae a plomo: "Ayotzi no se rinde, Ayotzi no se deja, Ayotzi no claudica".

García sobrevivió a la noche de Iguala porque viajaba en el primer autobús que fue atacado, del que lograron escapar sus pasajeros antes de ser emboscados por la Policía Municipal.

El líder estudiantil está convencido de que sus compañeros no fueron asesinados por delincuentes, ni confundidos con miembros de una pandilla rival a los Guerreros Unidos. Asegura que fueron secuestrados y desaparecidos por policías municipales, estatales y federales.

No cree en la "verdad histórica" de Jesús Murillo Karam, y afirma queAyotzinapa ha sufrido ataques sistemáticos por su posición antisistema y su modelo educativo, que no concuerda con los intereses de los grandes capitales.

García defiende, en pleno 2015, su pertenencia al proletariado. Cree en la lucha de clases, en el materialismo histórico y en los principios con los que se fundaron las escuelas normales rurales, hace más de 90 años.

"La situación al nacimiento del marxismo leninismo no ha cambiado: la burguesía sigue teniendo los modos de producción, y eso ha provocado que el capitalismo sea un monstruo que va acabando con todo. Aquí somos proletarios y tenemos que reconocer que la lucha es por la reivindicación de nuestra clase", explica.

Ayotzinapa, enfatiza el estudiante, es un pequeño modelo del socialismo que se quiso implementar en las escuelas rurales desde principios del siglo pasado. "Seguimos el modelo de las escuelas granja de la Unión Soviética", ejemplifica. · · ·

Creadas en los años 20 del siglo pasado -durante el Gobierno de Álvaro Obregón-, las escuelas normales rurales respondieron a dos anhelos que dieron origen y sustento a la Revolución Mexicana: tierra, libertad y justicia para los campesinos, y educación para todos.

El Secretario de Educación Pública, José Vasconcelos, fue quien ordenó su creación, pero correspondió a su subsecretario y después sucesor en la SEP, Moisés Sáenz, darles el impulso como instituciones de transformación social, al adoptar la "pedagogía de acción" del filósofo y pedagogo estadounidense John Dewey, de quien Sáenz fue alumno en la Universidad de Columbia.

La Normal Rural de Ayotzinapa se fundó en 1926, en el centro de Tixtla, y en 1932 se mudó a sus terrenos actuales por iniciativa de su primer director, Raúl Isidro Burgos, quien la dirigió de 1930 a 1935 y cuyo legado fue reconocido poniendo su nombre a la institución.

Como ocurrió con otras normales rurales, ésta fue beneficiada con la expropiación del casco y los campos de una antigua hacienda, la deAyotzinapa. Ahí, los alumnos pudieron formarse como maestros y, simultáneamente, trabajar la tierra para generar sus propios recursos.

En 1933, se fundó la Sociedad de Alumnos Ricardo Flores Magón, que hoy dirige Eduardo García, y sigue siendo un factor clave en la organización de la Normal.

La sociedad de alumnos floreció durante el sexenio de Lázaro Cárdenas, quien decretó que la educación en México sería socialista (así fue hasta que en 1945 Manuel Ávila Camacho derogó ese decreto), y creó la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México.

La FECSM propició, entre otras cosas, que los normalistas no fuesen cooptados por el PRI, que pudieran defender el sistema de educación socialista aun después de que se derogara el decreto cardenista, consolidar un régimen de autonomía en cada escuela y desplegar movimientos solidarios a nivel nacional.

Cada normal rural -y en Ayotzinapa esto sigue vigente- generó un sistema de autogobierno a través de comités, asambleas, comisiones especiales, un consejo técnico y otro administrativo. En esa estructura, el Comité de Orientación Política e Ideológica juega un papel preponderante.

En el Comité, los alumnos cobran conciencia de clase y reconocen su derecho a la educación y a la defensa de sus conquistas sociales. Ahí se discuten las reglas que rigen cada escuela, se adoctrina en la ideología marxista, y se deciden líneas de acción frente a decisiones de la autoridad y ante conflictos que les atañen.

Los alumnos de la Normal Isidro Burgos se asumen como factores de cambio. Están en contra de la burguesía, defienden el marxismo-leninismo y consideran que una élite sigue apropiándose de los medios de producción para explotar a los más pobres.

En esa lógica, justifican muchos de los métodos de lucha que les son criticados desde el gobierno y desde los medios de comunicación de la burguesía: la toma de carreteras, y el secuestro de autobuses de pasajeros, vehículos oficiales y camiones repartidores de marcas comerciales.

En los pastizales que rodean los dormitorios de la Normal Rural, es posible ver, alineada, una decena de camiones rojos de Coca Cola tomados por los normalistas durante sus acciones de lucha. Algunos camiones están siendo desmantelados y probablemente serán vendidos como madera, fierro y autopartes.

Desde la alberca de la Normal -una instalación de 25 metros de largo que ahora sólo tiene agua de lluvia estancada de color verde-, también es posible ver el tanque de una pipa de la empresa Combustibles de Morelos, con capacidad para 38 mil 400 litros de gasolina.

Seis autobuses de pasajeros están estacionados en otra zona del terreno. Tres son de Costaline y otros tres de la empresa Estrella de Oro, las mismas líneas de los autobuses que tomaron los estudiantes en aquel trágico 26 de septiembre de 2014 para trasladarse de Chilpancingo a Iguala.

Un camión repartidor de Leche Lala, uno de agua potable, y un par de camionetas pick up blancas destartaladas y con los vidrios rotos -una de ellas de la CFE- también forman parte del "botín" en su guerra contra el Estado burgués. ·

· · La Normal Isidro Burgos es heredera de una historia de movimientos sociales, y ha sido calificada como "semillero de guerrilleros" por autoridades, dirigentes partidistas y empresariales.

Según el historiador César Navarro Gallegos, el hecho de que se concibiera a las normales rurales como incubadoras de guerrillas provocó que, en 1969, el Gobierno respondiera a una huelga nacional de la FECSM con la toma de las 36 escuelas que había entonces por parte del Ejército, la clausura definitiva de 19 de ellas y la reducción de la matrícula en un 50 por ciento.

La escuela Isidro Burgos sobrevivió, a pesar de que fue el alma máter de decenas de líderes sociales guerrerenses, entre los que destacan Genaro Vázquez (fundador de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria) y Lucio Cabañas (fundador del Partido de los Pobres).

Ambos fueron líderes estudiantiles, maestros y dirigentes de movimientos campesinos que dialogaron con Gobiernos priistas antes de ser encarcelados. Los dos optaron por la clandestinidad y la vía armada a finales de los 60, después de que sus movimientos fueron reprimidos. En contra de su insurgencia, y para evitar que ésta se propagara, el Gobierno de Luis Echeverría enderezó la llamada Guerra Sucia de los años 70.

Los dos "próceres" son objeto de homenaje póstumo en varios rincones de la Normal. Desde la entrada, sus nombres destacan en las placas de bronce que las generaciones de egresados han dejado empotradas en las paredes. Sus siluetas y frases célebres forman parte de los murales pintados en aulas, dormitorios y áreas comunes, al lado de las efigies de Carlos Marx, Lenin, Emiliano Zapata, Pancho Villa, Ernesto Che Guevara y el Subcomandante Marcos.

En la explanada principal, la FECSM dejó una placa, en noviembre de 2002, en honor a su ex secretario general y comandante Lucio Cabañas, en la que se lee una de sus frases: "Desgraciados los pueblos donde la juventud no haga temblar al mundo y los estudiantes se mantengan sumisos ante el tirano".

Bajando de la explanada hacia los dormitorios, en una pared, se ve un graffiti con la imagen de Genaro Vázquez y la leyenda: "Tu lucha no fue en vano, el fusil que nos dejaste lo llevamos en la mano".

· · · El modelo de escuela-internado, implementado desde el cardenismo como parte de la pedagogía y organización social de las normales rurales, sigue vigente en Ayotzinapa.

Tres ejes rigen la vida interna: la participación activa del alumnado en la definición de las reglas, la importancia de reconocerse parte de un colectivo y los vínculos que deben existir entre la escuela y su entorno social.

Ocho décadas después de que se adoptaran, es visible la puesta en práctica de esos principios.

En los pasillos de los dormitorios, hay tendederos con ropa secándose al sol, utensilios de limpieza y bolsas de basura, señales de que los propios estudiantes se organizan en comités para dar mantenimiento a las instalaciones.

El origen humilde de sus habitantes es notorio: nadie viste ropa de marca, ni utiliza iPads o teléfonos celulares de última generación. No se escuchan ni se ven sofisticados aparatos de sonido, pantallas de plasma o computadoras.

El deterioro de una institución fundada hace 89 años es perceptible en las escaleras y pasillos desgastados, grietas en paredes y techos, tuberías rotas, vidrios quebrados, puertas y ventanas oxidadas, jardines con el pasto crecido por la humedad de la región. Falta una mano de pintura en casi todas las paredes, pero todo está limpio. Afuera de cada dormitorio hay contenedores de basura y, en cada área, un reglamento disciplinario escrito sobre los tabiques.

El reglamento del comedor, por ejemplo, está conformado por 14 normas que prohíben entrar con pantalones rotos, pelo pintado, shorts, gorra o sandalias; portar aretes, presentarse en estado de ebriedad, fumar o sentarse en las esquinas de los comedores.

Los códigos de conducta son estrictos en Ayotzinapa. Contravenir el acuerdo de una asamblea, no hacer las labores que se asignan en los distintos comités, reprobar más de dos materias o provocar riñas, puede ser castigado hasta con la expulsión.

La Normal cuenta con campos de cultivo donde actualmente se siembra maíz y sorgo; un corral con unas cuantas vacas lecheras y una docena de puercos.

Los sábados, los alumnos de primer año -fáciles de identificar porque llevan la cabeza rapada- trabajan el campo.

Cerca del río que atraviesa la escuela hay un granero y un tractor, y aún son visibles las huellas del paso del huracán Manuel en 2013, cuando el río se desbordó e inundó los cultivos y los dormitorios.

A los llamados "pelones" les ha tocado una parte difícil de la lucha en el último año: la resistencia interna.

Los alumnos más avanzados han viajado al extranjero en busca de ayuda y solidaridad internacional. Los "pelones", aun sin clases, mantienen la escuela viva.

Todos los días, bajo la mirada de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez, los normalistas se forman en el patio y, a pesar de todo, siguen arengando: "¡Ayotzi vive, la lucha sigue!".



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